DE VUELTA AL MACAL. . .

16.08.2016 08:04

07/08/2016


LLANEROS 1 -- AMÉRICA 1 

 

DE VUELTA AL MACAL. . .

"- Qué gran hinchada tienes América -, Trátala mejor"

De vuelta al Macal como tiene que ser.  Encima, presionando, mostrando cara de grande, así salió América; decidido, convencido, feroz, como si los cuarenta grados fueran el accesorio barato de un suave bochorno.   El gol estaba en un círculo imaginario entre los Martínez, Álvarez, Ferreira y Angulo; solo era cuestión de ejercer la esquiva precisión y gritarlo con tal fuerza que la cancha explotara en llamas.  Por desgracia, luego de una serie de errores y una falla conceptual del central, un jugador de apellido González silenciaba y enfriaba el infierno mágico que se vivía.

Entonces vino lo habitual; el arquero rival figura y fallas en la definición.  Por poco Boja, por poco Angulo y para rematar, por poco Ferreira.  El primer tiempo se desvaneció en el eco lastimero de ese sonsonete cansón que América jugó bien pero fue incapaz de someter a sus rival con la materia prima de una vuelta olímpica; los goles.

El rojo fiel a la piel que ha mostrado este semestre siguió al frente en un acto puro de perseverancia. Sin embargo, el orden del primer tiempo cayó en un letargo del cual apenas se sacudió con la entrada de Lucumí.  La tribuna herida seguía alentando con fuerza, pidiendo en la cancha la rebeldía que tuvo Pantano en los pirineos. – Qué gran hinchada tienes América –, trátala mejor.  

El profe Torres lanzó el cambio más ofensivo de su administración; sacó a Vásquez por Mercado entendiendo que era un imperativo dar vuelta al juego. Pero nada, el gol no llegaba y Llaneros sentía la victoria más cerca con cada minuto consumido. Los argumentos en la cancha y el banco se agotaban, nunca en la tribuna donde hubo carnaval y aliento infinito aun cuando el minuto noventa sacudió las 32 cuerdas templadas de un arpa acerada.  ¡Perdimos! – Ya no hay cómo –.  De repente, como de la nada, el empate le quedó servido a Borja quien literalmente se lo tragó. Se lo comió de forma inmisericorde firmando el colofón de una tarde amarga en la B.  ¡Perdimos! ¡Maldita sea!

El instante de reflexión posterior a esa infamia fue interrumpido por una alucinación fantástica: Lucumí, con un mensaje claro al entrenador, recogió un balón sin peligro y poseído por el fuego sagrado del número 20 que ahora luce, empezó a descontar rivales en una carrera tan furiosa como paciente a la red.  Enganchó, recogió la línea final en su pie derecho con un amague primaveral, sacudió los cimientos del Macal con otra gambeta enérgica y estremeció de un zurdazo fantástico los corazones detenidos hasta ese instante en el dolor de una derrota. ¡Golazo por Dios! ¡Que tumben este corral! Después de este gol no vale la pena ver más fútbol acá.  Golazo.  La gente presa de una euforia catalizadora se fue encima, entraron a la cancha, hubo millones de abrazos, hubo caos.  Golazo.

De regreso a casa, aún con la vista llena de ese gol y tratando de descifrar la reacción espontánea y exagerada de la gente, no pienso en el empate ni en el esfuerzo mayúsculo del equipo.  No me ocupa que Ferreira deba ir al banco o que Fuentes no reaccione.  Ni siquiera que el equipo le cueste tanto marcar un gol.  Solo me imagino, deleitándome en pensamientos furtivos y delirantes, cómo será la descarga emocional cuando aquel protagonista marque el gol definitivo en la noche del ascenso.

Saludos y gracias por leer estas líneas.

 

MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226

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