NO HUBO FÚTBOL, NO HUBO GOL. . .
AMÉRICA 0 -- ORSOMARSO 0
NO HUBO FÚTBOL, NO HUBO GOL. . .
"Ya la cancha vacía, no hubo fútbol, no hubo goles"
Cientos, que con el paso de las horas se convirtieron en miles y luego en una masa maravillosa, llegaron a la cancha presos de una ilusión renovada. Coparon cada rincón del templo, cantaron y saltaron fingiendo que no han pasado cuatro años sino cuatro semanas. A veces quisiera saber dónde le cabe tanto amor a los americanos, Dónde puede reposar ese sentimiento infinito que se transforma en feroz cuando toca San Fernando. Acá estamos, no importa nada más.
El rojo chocó de frente con un grupo de muchachos apiñados en 30 metros. Los espacios al gol huían de nuestros jugadores que caían en el yerro cuando lanzaban el penúltimo pase a la red. El equipo despertó ese fantasma absurdo de no jugar bien con cancha llena. Apenas un remate de Vásquez fue el cortejo al huraño gol que vinimos a buscar. El primer tiempo se esfumó, literal, se esfumó.
La tarde despuntaba en un rojo fantástico, la gente aún de pie, seguía avivando ese auténtico cariño ¡Vamos América! Esta es una tarde en la que es prohibido fallar. La tribuna elevó su aliento y su pregón ¡Güeeevos, güeeeevos, güeeeevos! Pero en la cancha el equipo lucía confuso e impotente, sin ideas. No lograba saltar aquella tapia elevada por su rival. El tiempo, el fútbol y la paciencia, mayor virtud de esta hinchada, se agotaban. De repente, sin mediar lamento alguno, con un eco profundo de gong, el minuto 30 se abría paso en medio de la ansiedad que no daba tregua.
Angulo dejó su lugar a Lucumi y con él un desfogue inédito para el juego. El equipo dejó de carretear el balón e intentó ser profundo. Pero el tiempo seguía su andar imponente y el minuto 45 amenazaba con llevarse la bendición que más de 30 mil peregrinos vinieron a buscar a su ermita.
Quedaba una sola, y era para el Tecla. El balón cayó al área y se escurrió sobre su pecho siempre caliente. Golpeó el balón o tal vez lo mimó, el momento por fin llegaba. Las sillas quedaron vacías, la gente embriagada de pasión saltó gritando gol, abrazó al eterno desconocido de siempre y volvió a gritarlo. Sin embargo, antes del tercer apretón de gol, un joven de apellido Granados, con resortes en su peroné, se estiró y desvió el suspiro americano. El gol quedó reducido en migajas a un parco tiro de esquina. Acto seguido el partido terminó.
La gente contrariada en las tribunas se quedó esperando que en la cancha su ánimo vehemente se tradujera en gol, en un grito incandescente que pagara la asoleada infernal de la previa. Ya la cancha vacía. No hubo fútbol, no hubo goles.
El día que inició dulce y mágico, lleno de fiesta, terminaba con un sabor agrio, como si la hiel la pasión hubiera sido reventada sin compasión. Que saborcillo maluco este, ni siquiera el pincho de mil tuvo su sabor característico.
Saludos y gracias por leer estas líneas.
MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226