HORA DE SONREÍR...

20.11.2016 23:07
13/11/2016

 CARTAGENA 0 -- AMÉRICA 2

 

HORA DE SONREÍR...

Hernán Torres; Bejarano, Angulo, Efraín, Hérner, Roca, Ayala, MOSQUERA, Angulo, Lucumí, Martínez Borja, Ernesto Farías. . .  A la mierda la mesura. ¡Vamos a ascender!

El equipo, serio y determinado como su entrenador, asumió los primeros minutos del juego con la convicción que solo da el trabajo constante. Le quitó el balón a su rival y lo paseó de lado a lado, al son de la brisa, la cadencia del fútbol y la potencia de los güeeeevos. Los de rojo, con la camiseta húmeda de pasión, llevaron el partido a una serenidad tal que los goles serían una consecuencia maravillosa. . . Y allí, clandestinos, con la camiseta en las entrañas y los trapos atados al corazón, estaba la hinchada, ese pueblo que no entiende razones, esa gente que te ha perseguido donde vas, que llega a cualquier cancha, agotados, molidos y hasta maltratados, solo para decirte; “Dale, rojo, dale”

El medio campo fue imponente. Gracias a la mujer que parió a Jonny Mosquera.  Bendito aquel que le dijo a Camilo Ayala que jugara fútbol.  Eterna gratitud con quienes ahora le hablan al oído a Lucumí y un abrazo de ascenso para quienes lucharon por la permanencia de Brayan Angulo.  Ese medio campo fue un néctar de exquisitez.  Y precisamente allí nació una ráfaga que interrumpió, de repente, la calma de una tarde amarillenta.  Mosquera, raudo, aceleró, dejando atrás cualquier oposición. Tocó a Lucumí que ondeando su cuerpo lanzó al área chica una asistencia primaveral que Farías, la bestia divina del gol, desvió con el pie izquierdo y marcó ese que parecía no tener fin en la garganta enardecida del relator y la de millones de hinchas que aún lo gritamos. Qué gol, qué fiesta. – Dame un guaro para el entretiempo. –

Los jugadores peleaban cada pelota como si fuera la  última de sus carreras.  Se entregaron, como tantas veces lo pedimos. Traspiraron la camiseta, se vaciaron, sudaron a mares, metieron la médula en cada duelo, pero sobre todo, jugaron fútbol, se esmeraron por el balón, entendieron aquello que la paz de un pueblo herido estaba en la siguiente jugada.

Y que bien lo hicieron. . .

Juan Camilo Angulo, un americano más, lanzó al cielo cartagenero un balón digno de un pincel o un poema de León de Greiff. Lucumí lo recibió, con el muslo, grosero, hermoso, y lanzó una corrida endemoniada arrumando rivales.  Y al llegar al balconcillo del área, sacó de su pie derecho, como en Ciénaga, un latigazo mortal que incendió el césped camino a la red donde finalmente explotó en un gol fantástico. ¡Gooooooool! ¡Gooooool! ¡Gooooooool! ¡Gooooool! ¡Gooooooool! ¡Gooooool! Ese grito ensordecedor desvío el oleaje desafiante de la Boquilla.  Tierra Bomba se vino abajo. Bocagrande y el Laguito no entendían el estruendo que provenía de la avenida Pedro de Heredia.  ¡Gol hijueputa! Dame ese  abrazo para sentir que es verdad, que no es una alucinación.  Que esto no es otra mentira de los innombrables, que esta vez el corazón se quiere salir de la emoción y no del dolor. ¡Gol hijueputa! Sacudo mi camiseta golpeando el pecho para sentir que estoy vivo y sobreviví a este tiempo miserable. ¡Gol hijueputa! Dame otro abrazo hermano americano para sentir que no estoy solo, que somos muchos los irracionales que dejamos parte de la vida por esta camiseta. Déjame sentir tu voz quebrada al borde del llanto…

La bahía tembló, y en la cancha, once valientes seguían al frente, aplicados, ajenos a la euforia infinita, interpretando el guion preciso que el profe Torres les entregó para subir firme otro peldaño de esta escalera a la gloria.  ¡Ganamos!

Este equipo tomó la camiseta manchada de vergüenza hasta los hilos y con abnegación de monje, la fue limpiando. Fecha tras fecha la aseó, le quitó los vestigios que dejaron jugadores de poca monta ajenos esta grandeza. Entreno a entreno sacudieron el polvo que le impregnaron jornadas aciagas en canchas absurdas, y poco a poco ese olor nauseabundo fue desapareciendo.  Hoy era el día para enaltecer esa camiseta.  Hoy era una tarde para vestirse de jerarquía (traje ajeno durante este tiempo) y dar un paso de gigante en esta plaza donde algunas veces, durante estos cinco años, la ilusión del regreso quedó sepultada. Hoy era un día para golpear la mesa y decir con voz firme –Carajo, esto es América. No jodan más –.  Qué equipo brillante el de esta tarde, el de esta noche, el de este semestre. Qué equipo imponente se presentó hoy.

¡Vamos a ascender! Ya es hora de sonreír. Se viene la noche perfecta. . .

Saludos y gracias por leer estas líneas

MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226

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