DAVID, SIEMPRE DAVID.
DAVID, SIEMPRE DAVID.
Estas letras debieron quedar plasmadas hace doce años cuando el corazón afligido decía adiós a una estrella. Cuando de nuevo la camiseta número 8 quedaba huérfana y el talento buscaba nuevos retos y aventuras. Estas letras pretenciosas debieron expresarle en aquel instante todo el cariño que le tenemos a aquel de 1.65 que entregó todo vestido de rojo.
Recuerdo aquel gol primoroso contra Huila. El baile al Chicho Serna que lo hizo considerar su retiro. La gambeta larga que Cambindo se quedó sin descifrar y el caño a Bélmer Aguilar en Bogotá. O la noche que cinco jugadores de Peñarol presos de una impotencia abismal lo molieron a zapato, literal, en 45 minutos le hicieron 14 faltas. – Era la única forma de detenerlo – Confesó Cedrés.
Partió pero dijo que volvería y durante una década, mientras a esta parroquia en ruinas llegaban las noticias de sus gestas en Brasil, Arabia y Estados Unidos, anhelábamos su regreso así solo pensarlo fuera una utopía. Sin embargo la esperanza de verlo de rojo nunca se apagó como si lo hizo el equipo que cayó en la peor desgracia.
¡Volvió! Aunque la verdad, nunca se fue.
Con su vida resuelta y el amor por un terruño donde forjó el talento que lo llevó a recorrer el mundo, regreso por la camiseta del tricampeonato que defendió con cada centímetro de su humanidad. El momento, el tiempo de Dios del que hablan los creyentes había llegado. El gran David estaba de vuelta. – Díganme cuanto me pueden pagar – Firmó. Llegó a Cascajal. Pidió su camiseta y se entrenó con la misma energía de aquel muchacho desgarbado que llegó de Cartagena con el nuevo milenio.
En mayo de 2016 encontró de nuevo el gol con su camiseta: (…) Allí, sobre el punto de las emociones, David estiró su corta pierna izquierda, con ella recogió la canica y la desplazó sutil y hermosa hacia la derecha, y cayéndose, como en aquel gol frente al Huila, cambió un par de toques por el grito que necesitaba. ¡GOOOOOL! Orgulloso, golpeando con sus dos puños la brisa irreverente de la noche, descansó, acarició el sonido estridente de un gol suyo; sintió de nuevo el gol con la 8 del rojo.
Le costó el regreso pero fue vital tras bambalinas en la campaña del ascenso. Poco jugó pero su liderazgo alumbró el sombrío camino de vuelta a primera. No quedó en las fotos de la tarde del 27 pero en los negativos de ese álbum majestuoso su figura fue vital. Volvió para ser campeón, una sana costumbre para él. David, siempre David. Hoy que se marcha de forma definitiva, el corazón un poco más maduro y visiblemente más golpeado siente una aflicción similar al primer adiós. Pero esta vez con una nostalgia mayúscula pues sabe que no habrá otro regreso. Esta vez la despedida es más sentida porque el número ocho no volverá a reposar sobre la espalda del gran David. Hasta siempre Ferreira. Y será hasta siempre porque los ídolos viven en el recuerdo entrañable de su gente y este pueblo que disfrutó todo el néctar de su futbol jamás lo olvidará, porque siempre será David.
¡Gracias infinitas!
Saludos y gracia
MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226
#EscritoConElAlma