ASÍ SE JUEGA UNA FINAL...
AMÉRICA 2 - POPAYÁN 0
ASÍ SE JUEGA UNA FINAL...
La semana post Armenia fue una danza de reproches, malos pensamientos y desdén. Fueron días en los que algunos, quizás, consideraron un año más. Ese penal majadero de Bejarano, ese puntico que se fue. . .
De pronto, la profunda reflexión de los días previos fue interrumpida por estruendos mágicos, luces al cielo, pirotecnia en su máxima expresión. La gente, esa que nunca se ha movido del sitio que la vida le dio para alentar al rojo, ribeteaba las gradas del Pascual con un mosaico enternecedor. Las banderas ondeaban sus pliegues como puntos suspensivos y los destellos salían infinitos de las tribunas que ansían la noche perfecta. El rojo estaba en la cancha, la gente a su alrededor y un objetivo revoloteando en este trozo de cielo. ¡Vamos que lo ganamos!
¡Así se juega una final, carajo! El equipo se abalanzó sin piedad sobre el rival. Le puso una bolsa negra sobre la cabeza, lo giró cinco veces golpeándolo en el abdomen con pases precisos, cambios de frente y un vértigo mayúsculo que rimaba perfecto con el empuje insaciable de los fieles apiñados en San Fernando. Juan Camilo Angulo, que regresó para hacer de la franja derecha una hoja filosa, pasó a la izquierda a patear un tiro libre, que bien fue un misil atravesando sin piedad la zaga visitante hasta encontrar la red, para explotar y prolongar la pirotecnia del inicio. ¡Gooool! Era como si ese grito gol escalara al cielo y allí estallara en mil pedazos de aliento para caer de nuevo en la garganta del devoto que saltaba y abrazaba al amigo desconocido de siempre diciéndole, gol, gol, gol, panita.
Había que saltar, había que saltar. La excitación era tal que la noche y la hinchada reclamaban más. El rojo siguió y aunque dosificó jamás olvidó el propósito de esta jornada. Brayan Angulo, que esta noche fue brillante, recogió en el área un rebote raro de un tiro de esquina. Frenó, y con delicadeza y precisión de relojero, pasó todo su pie derecho bajo el balón elevándolo hasta la cabeza de Farías que conectó a la red el tercer bloque de estruendos de esta noche convertida en una epifanía infernal. ¡Golazo! ¡Qué gol!
El equipo cumplía en la cancha. Nos debía una jornada así para enderezar el camino que amagó con torcerse hace unos días en Armenia. No hemos ganado nada, pero este corazón que no entiende razones ni tablas de posiciones, sabe que la horrible noche, que algunas veces se hizo perpetua, está por terminar. Aún no llegamos a la meta, pero esta alma trasnochada que ha deambulado por cinco años entre hojas de papel y textos dolorosos, sabe que la penumbra de la noche es el único camino al bello amanecer. ¡Solo quedan cuatro partidos! Algo más de 360 minutos nos separan del abrazo infinito que nos debemos los americanos. Es inevitable pensar en el último partido, en la fiesta... Hay que ser prudentes e ir con paso firme escalón por escalón en esta escalera al cielo a la cual ya le arrancamos 225 peldaños. Falta poco, vamos a ascender.
El segundo tiempo sobró. ¡Que se venga Cartagena!
Saludos y gracias por leer estas líneas
MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226