¡ESTO ES AMÉRICA!
EQUIDAD 0 -- AMÉRICA 3
¡ESTO ES AMÉRICA!
Después de dos años mal contados, América regresó al Campín, y un pueblo feliz vestido de rojo hasta la médula también llegó. Una masa movida por aquella pasión desbocada, una multitud aferrada a un color, un fenómeno social que mil sociólogos quisieran desmenuzar, ocupó cada una de las sillas disponibles para gritar ¡AMÉRICA! ¡AMÉRICA! ¡AMÉRICA!, Respirar un poco y volver a gritar ¡AMÉRICA! ¡AMÉRICA! ¡AMÉRICA!
Sin embargo, la fiesta estridente de la tribuna reñía con la palidez del fútbol en la cancha. El rojo no hallaba el balón, Álvarez jamás supo qué hacer mientras Fabián Vargas se jugaba el partido de su vida. Fue un primer tiempo soso, sin opciones de gol ni emociones para describir.
El equipo mejoró, y un remate de media distancia de Martínez Borja lo certificó. No fue brillante pero si constante y empezó a labrar el camino correcto. Presionó a su rival, lo encaró y le quitó el balón arriba. Falta. Tiro libre. Angulo, frente al balón, sacudía sus brazos haciendo una equis en el aire, o tal vez, lanzando una señal para ejecutar alguna movida trabajada en esas jornadas de extenuante trabajo en Cascajal. Pateó. En el área los rojos se entreveraban con los verdes. Castañeda frenó un poco, se puso por delante de su marcador mientras el balón caía en su pie con una precisión brutal, lo tocó o quizás lo acarició moviéndolo hacia la red. ¡Golazo! Disfrazado de goleador, salió desenfrenado, saltando, besando la camiseta, gritando. Ese gol, sus recientes presentaciones y el partido que jugó de ahí en adelante, fueron el premio para él y la paciencia de buey que ha tenido esperando en el frio banco o la tribuna, la oportunidad que ahora resplandece en su horizonte.
La tribuna pletórica de felicidad, saltando, estremeció el pilotaje del Campín haciéndolo temblar, literal. La fiesta empezaba a ser perfecta porque Castañeda, de nuevo, ahora disfrazado de volante, llegó a la esquina del área rival, frenó, enganchó, tiró un caño, propuso una pared, extendió su cuerpo, levantó la cara, protegió el balón, devolvió la pared (Todo lo anterior con una calidad aterradora). Tocó a Martínez Borja que regó a su rival y dejó el honor del segundo a Lucumí, que evocando Ciénaga y Cartagena, sacó un sablazo rasante hecho gol, que quemó el césped y luego la red. Todo era felicidad, 32 mil sonrisas, 16 mil abrazos. No hay un abrazo más sincero y hermoso que uno fuerte después de un gol de América.
El partido casi cerrado, guardaba algo más. Después de dos cierres precisos de Castañeda, uno de Hérner, mil intervenciones corajudas de Mosquera y tres atajadas brillantes de Bejarano, un contra golpe del rojo terminó en un tiro de esquina… Cobro en corto. Martínez Borja, con un toque apenas comparable con un verso de Neruda, picó la pelota sobre dos rivales, los Angulos hicieron un mini tándem para devolverle el balón y que asistiera a Farías, que con un movimiento perfecto, liquidó su marca, encontró el balón y lo puso lejos, muy lejos del arquero y cerca, muy cerca del corazón de esta hinchada, que terminó coreando su nombre en un estado de plena excitación mientras seguía degustando ese pedazo de gol. ¡Ganamos!
¡Por Dios! Qué hinchada maravillosa. Dónde les cabe tanta pasión. De qué material celestial estaremos hechos. Podrá leerse como una frase trillada, de esas que han hecho carrera, pero es lo único que podría describir esta pasión infinita, y puede ser simple, porque a veces lo maravilloso es tan simple como decir palmoteando el escudo o agitando una bandera: ¡ESTO ES AMÉRICA!
Saludos y gracias por leer estas líneas
MAURICIO BERMÚDEZ / @MBER226
#EscritoConElAlma